Al llegar a Hampi,
todavía no me había espabilado del todo después de maldormir en el autobús y ya
nos estaban esperando un montón de chóferes ofreciéndose como guías. No
teníamos intención de contratar a nadie tan pronto pero al final me dejé
convencer por un chavalito con cara traviesa llamado Christna. Nos montamos en
su ricksaw, y nos llevó hasta el río donde unas barcas redondas imposibles de
maniobrar nos estaban esperando.
La verdad es que pocas
cosas me han impresionado tanto como Hampi. Las ruinas del reino de
Vijayanagara reflejan la grandeza de lo que en su día fue la ciudad más
imponente del mundo. Todavía se pueden ver cientos de templos, kilómetros de
murallas y restos de la antigua ciudad. Todo esto integrado en uninmenso paisaje de
montes con rocas erosionadas y arrozales a los lados del río.
Vimos el templo donde desde
hace siglos los Hareh Krishna se van turnando para cantar los mantras día y
noche de ininterrumpidamente de forma que la canción nunca pare. Subimos al
templo de Hanuman (el dios mono) justo el día en el que no sé qué Gurú de
Connecticut estaba de excursión con 5.000 seguidores a los cuales casi pudimos
saludar uno a uno mientras nos cruzábamos por las escaleras.
Las crías se lo pasaban
cañón con el guía. Conduciendo su riksaw , dándoles galletas a los monos u
ofreciéndole 10 rupias al elefante del templo a cambio de su bendición. Fueron
4 días intensos en Hampi que acabaron con un problemático retorno en autobús
que nos dejó un pequeño regusto amargo en nuestras edulcoradas bocas.